La Luna, siempre en las nubes, bajó a la Tierra. Con una identidad se mostró y a varios caballeros se unió. Uno de ellos le robó el corazón y como escudero le sirvió. Siempre fiel, dando su vida por él.
Más, ¡ay!, que el amo crió tripa y acomodaticio se volvió. "Vete de mi casa y no vuelvas, que ya no te necesito yo".
Y la Luna se enojó, después de triste llanto. Pero no osó quedarse a la puerta del amo. Marchó a llorar su pena en lo más oscuro y hondo que encontró. Los otros caballeros la llamaban y al final, su rostro asomó.
Cabalgó de nuevo, con la sonrisa en el rostro por sentirse querida, aunque las noches se hicieran atroces.
Hasta que un día, contando sus hazañas pasadas, el amo se le apareció. Vestido iba con faldas de mujer. Con afeites y quincalla, así osó decir: "No mientas, que sólo eres un aprendiz".
La Luna pensó que sí, que ella era un aprendiz. Ante tamaño maestro, nunca osó decir lo contrario. Pero... ¿Vale la pena semejante "maestro"?... Y es que la Luna jamás mintió. Lo que explícaba era cierto.
(18 mayo, 2009)
Una historia preciosa de verdad.
ResponderEliminarMe gusta este estilo Leona.
Bonita historia Leona.
ResponderEliminarGracias, amigo.
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