Los "importantes" que conocemos tienen dos inveteradas costumbres, una es no irse ni a escobazos y la otra escaquearse en cuanto pueden.
Carlos Dívar ha protagonizado la primera al querer presidir el aniversario del Supremo a pesar de estar más acabado que una raspa de sardina, señalado por todos. Es evidente que carece del sentimiento de la vergüenza y su ego se impone.
El otro es Don Juan Carlos que últimamente sólo acude a los actos que le interesan, huyendo de los que le resultan desagradables, sea por un motivo u otro, delegando en el Heredero, el cual ya empieza a tener los morros hinchados como se ha podido observar sin ironías.
El discurso de Dívar fue largo, lo que suele llamarse una perorata, e hizo mención a la Constitución de 1812, lo bueno fue el del Prícipe, apenas cinco minutos, pero con un claro aviso para navegantes:
Más breve, y claro, fueron las palabras que pronunció Don Felipe. Apenas cinco minutos para invitar a "reflexionar" sobre uno de los mejores legados que dejó la Constitución de 1812, la separación de poderes. En total, el acto duró 20 tensos minutos con poco ambiente de fiesta.
¿Qué fiesta podía haber con un cadáver político presidiendo el acto? y con la dura expresión del Heredero mirándole...
Carlos Dívar se ha comportado de manera vergonzosa y ha tenido un final acorde. Esperaba un acto glorioso para su fama, sin comprender que no era posible por más que se empeñase.
¿Servirá de lección a los demás?
Quia, ha sinveguenza quitado, sinverguenza puesto
ResponderEliminarY el Juancar de visita en Arabia Saudí. Esto sólo pasa en España.
ResponderEliminarAsí parece, Periódico, parece que haya un concurso de quien la hace más gorda y no lo pillen.
ResponderEliminarHa ido a dar el pesame a su familia, luispi.
ResponderEliminarDesde luego, no hay vergüenza.
Ah, que se me olvidó comentártelo: ¿te repugna que lo llamen amo? Lo siento, es que yo he leído demasiado a Julio Verne, cuyos libros están plagados de amos bondadosos y siervos fieles.
ResponderEliminarHombre luispi, por muy bondadoso que sea un amo, no lo es -o no debería serlo- de personas.
ResponderEliminarTú eras el amo de Afrodita y yo de Negret y de Bimba, pero no lo soy de mis hijos ni de nadie por muy bondadosa que sea con ellos.
Aclaro que te refieres a tu narración de 'Surcando los tiempos', que si no, mis lectores se van a volver locos buscando aquí al "amo" ese...