LAS SOMBRAS DE DAMARALAND

¡Moeve, reina de Damaraland! La Dama Blanca ha resurgido una vez más de entre las Sombras. Nada ni nadie le detendrá. Ni aunque todos sus Caballeros caigan abatidos uno por uno en las Sombras Oscuras. Solo un igual podría levantarse de entre la Oscuridad. Solo un igual. Rhiannon lucha desde hace siglos. Las Sombras maléficas se esconden bajo diversos rostros y gozan en causarle dolor. Pero Moeve sabe. Sabe que nunca, a través de los siglos, el Emisario del Dolor es el mismo. Sabe que las viboras venenosas son abatidas por ella en justa lid y cada vez que aparece otra, cada siglo, no es más que otro pobre desgraciado que ha pasado hacia la Oscuridad voluntariamente. Por ello a menudo, a la Dama Blanca le dan pena estas viboras. Son pobres almas abandonadas por todos al llevar en su frente, tatuado, el estigma de su vileza. Tarde o temprano, la gente que les rodea se da cuenta. Durante años se mueven en un medio y otro, intentando ocultar la señal ignomiosa. Tarea inútil. Está ahí, grabada a fuego de por vida. Jamás podrán librarse de ella. Moeve sabe que el actual, después de un siglo, está a punto de ser disuelto en la nada. Estos entes son los que la Oscuridad envía contra la Dama Blanca siglo tras siglo.

Y siglo tras siglo, son rechazados por ésta interponiendo su escudo con dos de sus colores, el de la Esperanza y el de la Feminidad. Más el ánagrama cabalístico que se consigue con solo dos únicos trazos en oro. El binómio. Y tres es el número secreto de Moeve. Tres son las Fuerzas que maneja. Poderosas Fuerzas que mueven el Mundo de los mortales.

Moeve seguirá cabalgando con su fiel compañero, su amado corcel que nunca le abandona. Por más que ha sido tentado por las Sombras Oscuras, solo una vez cayó. No fue su culpa, la vibora pudo con él; pero fiel cabalgadura de su ama, relinchó y sacudiendo sus crines al viento, pateando con sus cascos salió de la Oscuridad.

Sueña Moeve. Miles de imágenes se entrecruzan en su sueño. ¿Es cierto que el animal de gran cornamenta le mira? Moeve está segura de que no. ¿Le mira tal vez a escondidas? No, ni eso. Moeve sabe que no le ve. No puede verla. Está tan orgulloso de lucir su cornamenta que no se preocupa de nada más. Para él es es como un premio. Algo deseado y querido. Buscado a conciencia. Es feliz así.

Y Moeve seguirá cabalgando, sola, con su fiel corcel, por los siglos de los siglos. Por toda la Eternidad.

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