Hace poco más de dos horas que he entregado su cuerpecito yerto para que sea incinerado.
Estaba aquí sentada, recién publicada mi anterior entrada, cuando la amiga de mi hijo me ha hecho señas desde el sofá para que acudiese donde él.
Mi hijo estaba agachado en el suelo, inclinado sobre Negret. Al llegar me ha dicho que acababa de morir delante suyo.
Anonadada, le he pedido que me lo diese. Sí, mi pequeñín estaba muerto, mirándome sin ver, con sus enormes ojazos amarillos y la boquita llena de espuma.
No se dejó visitar por el veterinario a pesar de que vino a casa, pero le hemos estado administrando la medicación y comida especial. Ha sido inútil, después de tres crisis, esta ha sido la definitiva.
Me he pasado largo rato con él en brazos, llorando y pensando luego qué hacer. A la basura no, por descontado, todas las mascotas de la familia están enterradas en el jardín del chalet familiar, pero ahora ya no tengo acceso a él -mis asuntos perentorios en el juzgado-.
Le he dicho a mi hijo que llámase al veterinario, pues al ser al día siguiente domingo, se trataba de una urgencia.
Incinerarlo y recibir sus restos en una urna costaba más de 200 euros, así que elegí la incineración colectiva por 60 €
Nos citaron en la clínica veterinaria para al cabo de 20 minutos. Lo envolví en una toalla y lo introduje en una bolsa de cartón, de esas de regalos navideños, ¡no tenía nada mejor! :(
Una vez allí, nos recibió un niñato sinvergüenza. Eran 110 € "por ser festivo". ¿Qué narices de festivo, si por teléfono dijo 60, citándonos en 20 minutos?
Obviamente, no llevaba encima esa cantidad, así que dije que ibámos a casa y mi hijo volvería con el dinero. Fue tan miserable de decirle a éste "A ver si vienes, ¿eh?...". ¿Pero qué se ha creido ese sinvergüenza? Mis gatos están registrados allí, tienen todos los datos y nos hemos preocupado lo bastante como para no querer que acabe en la basura, así que no vamos a salir huyendo. Hay gente que no puede con su alma miserable.
Bonita imagen de mi pequeñín, pero absolutamente falsa porque nunca ha sido agresivo, más bien un cobardón de mucho cuidado.
Cinco años lo hemos tenido desde que lo traje a casa teniendo apenas unas pocas semanas. Era chiquito y delgadito. Se paseaba por el pabellón del CCP Colón (Correos) más chulo que un ocho, por debajo de jaulas y carros.
Tenía al jefe histérico perdido porque se meaba impunentemente sobre las cartas y paquetes. Todo el pabellón estaba revolucionado con él y los del turno de noche (entonces yo estaba en el de la mañana) planearon envenenarlo. Me lo dijo Rafa, uno de los compañeros, pidiéndome salvarlo, pues a ambos nos gustan los animales.
Varias veces lo tuve cerca, en cuanto lo veía merodear me agachaba y le tendía los brazos. Me miraba detenidamente y empezaba a venir hacia mí pero... ¡jodido Rafa! aparecía él en cuanto me veía agacharme y el gatito daba media vuelta. "¡Que te largues, Rafa! ¡No vengas! Aléjate de mí."
Finalmente, haciendo preguntas por todos los departamentos, supe que el "cuartel general" del pequeño cochino estaba en el ático, arriba de todo, en una planta que estaba en desuso porque inicialmente se destinaba a lanzar por unos toboganes las sacas de cartas, pero este sistema ya no se usaba y el ático estaba vacio y a oscuras.
Pedí permiso al jefe para iniciar la caza de la pantera negra en miniatura y me lo concedió. Al día siguiente me presenté con el transportín de mi gata Bimba y una tarrina de comida para gatos. No necesitaba más.
Subí e inspeccioné las instalaciones sigilosamente hasta que dí con él. Entonces monté la trampa. Abrí el transportín y até un largo cordel a la puertecita. Hice unas cuantas filigranas porque la cuerda era para cerrar la puerta, no se cierra sola, así que tuve que pasarla por entre unas cuantas masai (cajas de cartas) Asiendo el cordel, me situé lo bastante lejos para que mi presencia no le molestara y la comida dentro del transportín ocupase toda su atención.
Estaba yo tal que estatua de las Ramblas barcelonesas, completamente inmobil y tranquila, cuando en esto que veo acercarse al transportín a la desgracia con patas de Rafa. ¡Joder! ¿Pero a ese tío quien le dió permiso para subir al ático? Antes de que pudiera evitarlo, el papanatas "inspeccionó" el transportín y claro, deshizo la trampa porque era tan delicada, para que surtiera efecto, que un patazas como él suponía un elefante en una cacharrería.
Completamente harta, lo mandé para abajo inmediatamente, casi a patadas. Me tenía hasta el moño.
Rehice la trampa y al cabo de unos minutos dió resultado. Vi a Negret entrar, tiré del cordel y mi obra de ingeniería funcionó cerrándose la puerta. Corrí a cerrarla completamente con el pasador y menos mal que llevaba puestos los guantes de trabajo porque el animalito se lanzó con sus dientecillos como alfileres, ¡uf!
Nadie lo quiso, ni Rafa, que tanto dió el coñazo por salvarlo, ni Lola, la segurata, que aunque en menor medida, también estuvo encima. Nadie. Así que me lo llevé a casa pensando que no habría problemas con Bimba al ser Negret un cachorrillo.
Me equivoqué. Bimba se volvió loca y lo atacó que si no me meto lo mata. A mí me dejó fuera de combate durante varias semanas, tal fue su furia. Daba miedo pero yo me paso el miedo por el rebozado de los calamares y aguanté sus embestidas. Una pierna destrozada y una mano inutilizada durante semanas. La bestia me saltaba a la cara con las fauces abiertas y yo la rechazaba a manotazos. No podía despistarme o estaba perdida. Golpe a golpe, como los movimientos de karate, conseguí encerrarla en la habitación de mis hijos.
Negret estuvo dos meses viviendo en mi dormitorio. Se encerraba a una en el de los chicos y se sacaba al otro a ratos. Finalmente hubo normalidad y convivieron los dos fuera.
Me duele no saber por qué ha muerto Negret. Que todos los esfuerzos hayan sido en vano.