lunes, 1 de noviembre de 2010

Día de Difuntos






Tengo a mis difuntos repartidos por varios cementerios de Barcelona. Demasiados. Pero quiero mostrar donde reposan mis padres y varios familiares más, muchos que ni siquiera conocí porque se pierden en el tiempo. Mi madre y mi madrina me hablaban de ellos, me contaban anécdotas e historias cuando íbamos a visitarles y para mí es como si les hubiese conocido en persona.



Cerca del campo de fútbol del Barcelona y al lado de la Ciutat Universitària, fue inaugurado en 1897.
Esta imagen corresponde al antiguo edificio de oficinas, justo antes de la entrada al recinto funerario. Las actuales oficinas están enfrente, en un edificio moderno que alberga el tanatorio y las salas de velatorio.


La entrada. A la derecha, dentro, está la caseta del guarda.


La avenida desde la entrada.

Un lateral de dicha avenida.


Panteones, tumbas y nichos.


Tumbas que tengo muy conocidas porque me gusta detenerme a leerlas.


Este recinto siempre me atrajo desde niña como un imán. Está delante de donde reposa parte de mi familia, la que no conocí pero de la que tantas cosas me contarón. Mientras mi madre y mis tías limpiaban y mi padre iba a buscar agua a la fuente para las flores, yo bajaba las escaleras y me sumergía en aquella penumbra, en una atmósfera de recogimiento y respeto por unos hombres que dieron su vida por España. Leía cada placa, una a una, sin perderme detalle de las fechas y me imaginaba los combates.
Nunca, nunca, había nadie allí, siempre estaba sola, cosa de agradecer, la verdad. Al final bajaba a buscarme mi padre porque mis hermanos nunca se atrevieron a hacerlo, tenían auténtico pavor de pisar ni que fuese el primer peldaño.


Existe un recinto hebreo desde 1931 si no me equivoco, pero está cerrado. Es un espacio aparte del resto, no se puede visitar.

Siempre he respetado el homenaje a los difuntos porque así me lo inculcaron y así lo he sentido realmente. De niña me gustaban las visitas a los cementerios. Era una fiesta, con vestidos bonitos y encontrando a familiares lejanos y amigos de la familia que no veías más que entonces o en funerales, bodas, comuniones y bautizos.
Pero pronto, con ocho o nueve años -a los ocho perdí la audición-, me concentré en mirar al no poder oír y lo cierto es que ya no me gustó esta fiesta. Yo iba la mar de solemne, pensando en los difuntos, muchos fallecidos a temprana edad, aparte de abuelos y abuelas que se fueron por la ley de vida, en cambio, veía que aquello era una fiesta social, venga risas y ¡ohs! y ¡ahs! "¡Qué guapa estás!", "¡Pues tú también!" Y venga bla bla bla sobre el último chisme de la Paquita de la Remei, la sobrina de la Pura, la hija de Sole... Acabé harta y un día me planté. Dije que al fin y al cabo, en las tumbas y nichos sólo hay un montón de polvo, que "ellos" no están allí, y dejé a mi madrina con unos ojos como platos, de espanto, al afirmar que, antes de irse difinitivamente, permanecen un tiempo en la que fue su última vivienda, nunca en el cementerio porque el alma no se queda enterrada.
En fin, que tuve que tranquilizar a mi madrina porque sus padres habían vivido en su casa antes de fallecer, mientras mi madre le decía que no me hiciese caso, que sólo digo tonterías.

Ya, ya, tonterías... Años después, mi ex se quedó alucinando al ver a mis difuntos padre y bisabuela -a la que no conocí en vida-, en casa. A él lo conoció, pero no sabía quien era la mujer que le acompañaba. Por la descripción que hizo supe quien era. Saqué una caja llena de fotos antiguas y le mostré la de mi bisabuela Nicolasa. La reconoció como la figura que estaba al lado de la de mi padre. Se había levantado a medianoche para ir al baño, sin encender la luz, y se las encontró delante, en el comedor.
Mi ex es progre y en su casa -de comunistas-, nunca ha recibido educación religiosa ni mucho menos cree en espíritus ni fantasmas. Pero se lo tuvo que tragar con patatas ante la evidencia.

Sucedió a poco de fallecer mi padre, mi madre necesitaba un documento de él para poder cobrar la pensión de viudedad y en su casa no estaba por ninguna parte. Mi difunto padre vino una noche a decirme dónde estaba: en un cajón de su despacho del trabajo. No, no es que yo lo supiese porque él me lo hubiese dicho en vida porque el documento se encontró antes de que pudiese decírselo a mi madre. Simplemente fui a verla y le conté lo ocurrido la noche anterior, como me había despertado el humo del tabaco y al abrir los ojos vi a mi padre sentado ante mi tocador, fumando. Me miró con sonrisa triste, abrió un cajón y sacó una libreta oscura, no pude distinguir si negra o azul marino porque la luz, obviamente inexistente en realidad, era mortecina, dejando en sombras la habitación.
Mi madre tuvo un sobresalto, se fue a su dormitorio y vino con una libreta que me mostró. La reconocí, era la misma que mi padre me enseñó. Se la había dado el dueño de la farmácia donde mi padre trabajó desde aprendiz, entre otros objetos personales que estaban en su despacho.
Me hace gracia pensar que mi padre no confiaba en su jefe, al cual solía poner de vuelta y media, y por esto vino a decírmelo, je je je...

Sí, los difuntos están a nuestro alrededor. Su alma. No se dejan ver por cualquiera porque saben el miedo que inspiran a la ignorancia. Lástima, porque de no ser así, nos ayudarían mucho. Mal no hacen -ni pueden-. Las historias de fantasmas asesinos son bobadas, cuentos de miedo. Siempre ha sido una mano viva y bien viva la que ha matado y que luego ha echado la culpa al fantasma de turno, aprovechándose de la ignorancia que, por desgracia, vuela alto.


Para cerrar un tema de difuntos, qué mejor que dar la vuelta a la rueda y mostrar la vida. En este edificio nací, la Casa de la Làctancia, en plena Gran Vía de Les Corts Catalanes.
"La Moreneta" me llamaban las enfermeras que me mostraban orgullosas a todos los visitantes, pues mi madre tuvo problemas con el parto y estuvimos allí más de dos semanas. Ignoro el por qué de "Moreneta", pues siempre he sido blanca como la leche. 

Vida y Muerte son una rueda sin fin. Nunca se detiene y ambas están unidas hasta la Eternidad sin que los que se van lo hagan por completo, siempre acompañándonos.
¿Quien teme a la Muerte? Sólo los pobres de espíritu.

2 comentarios:

  1. María Vallejo-Nágera ha escrito un libro sobre esas apariciones, «Entre el cielo y la tierra: historias curiosas sobre el purgatorio». http://es.gloria.tv/?media=106731 Si estuvieras más cerca te lo prestaba.

    Si encuentro algún artículo suyo sobre esto te lo pongo. Tengo que salir.

    Dixi

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  2. No te preocupes, Dixi, buscaré el libro. Del vídeo no me entero de nada.
    De todas formas, no se parece en absoluto a mis experiencias.
    Estas presencias no causan congoja ni miedo. Una cosa es que yo ya esté acostumbrada desde niña y encontrar a mi padre sentado ante mi tocador, sabiendo que estaba muerto, me pareció lo más normal del mundo.
    Sabía que venía a decirme algo, no una simple visita "de cortesía" y entendí que debía buscar aquel librito en un cajón. Si no estaba en su casa, no podía ser más que en su despacho porque el tocador es algo privado.
    Pero como digo, noches después fue mi ex quien se los encontró y para él era la primera vez una experiencia semejante. Tampoco sintió miedo, aunque no supo entender qué querían porque obviamente, en esta ocasión el mensaje era para él. Estando mi bisabuela, tengo una vaga idea de lo que pretendían transmitirle, pero no voy a decirlo.

    Gracias, Dixi. Un abrazo.

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